Era una adolescente cuando llegó a El Campito como
voluntaria . Hoy cumple años. Los chicos
–en quienes se ve reflejada- no se van a perder la fiesta de tenerla como todos
los días. Ahora, durante las vacaciones, en la colonia de verano.
Es una más de ellos. Así se siente, así lo dice su historia. Porque Patricia Lugo
llegó a los 14 años al comedor El
Campito, tal vez con las mismas
necesidades que los cien chicos que hoy llegan en dos turnos a disfrutar de la
recreación, comida y amor que se les brinda desde hace 20 años en este rincón
de Villa Soldati. Hoy a los 34, Patri –como le dicen todos- es un ejemplo para
toda la comunidad y una” ídola” para los
más pequeños. Porque se superó y lo sigue haciendo cada día, porque con el
apoyo de las monjas que administran La Casa del Niño El Campito, en la calle
Deheza1375 https://www.facebook.com/pages/Casa-del-Ni%C3%B1o-El-Campito/596996297073342
terminó el secundario y aceptó el desafío de esas mujeres que no
visten hábito pero sí llevan su cruz en el pecho y se anotó en un curso de
cocina que está a punto de terminar –solo le falta una práctica final para
recibirse de chef- y porque todo ese amor lo está devolviendo en cada plato, en
cada merienda que sirve, en cada sonrisa que disimula cuando entra a la cocina
con la fuente vacía.
Patricia es hoy la cocinera de El Campito y trabaja
desde la mañana hasta las 14.30. En realidad, ese es su horario. Pero se queda
siempre después de hora cebando unos mates ahí, en esa casa que fue su refugio y hoy su
trabajo. “Las hermanas me estimularon siempre. Me dicen que tengo que trabajar
en un restaurant. Me gustaría, claro, pero también soy feliz acá”.
Con la hermana Elina y niñas de El Campito, felices. |
Sabe que los chicos la observan y admiran. Hicieron un mural representando su
mundo. Y ahí dibujaron la canchita de fútbol, un árbol, unos honguitos, el río
contaminado y ella, Patricia, con una sonrisa generosa y feliz señalando el
timbre, el llamado para que se abran las puertas ( todo un símbolo). “Bastante
más joven” –disimula su emoción- en verdad cuando vi que me habían dibujado, me
puse a llorar”.
Ellos la eligieron como ella elige perderse entre
sus gritos y bromas cada vez que sirve la mesa o cocina una torta para un día
especial. Como cuando se mezcla entre los varones –“son mi debilidad, más
simples, más directos” en un partido de metegol y sueña con tener cuatro hijos,
sí, varones, y seguramente todos hinchas de River.
“En las
malas, mucho más” -tiene tatuado bajo la nuca la misma frase grabada en la piel de Fernando
Cavenaghi. Un homenaje a su ídolo pero también un himno a la vida, a la lucha,
a la perseverancia. Y un “Gracias Antonio Gauchito Gil” por una promesa
cumplida. Y los siete nombres de sus
sobrinos en la cara interna del
antebrazo derecho: Sergio, Gabriel, Marcos, Sofia, Jeremías, Martín,
Isaías. Y está feliz, porque bajo su
hombro derecho va creciendo una figura que soñó, que imaginó, una cara, una
mujer, que su tatuador interpretó muy bien. Y que como muchas veces pasa en la
vida, a Patricia, le cuesta terminar. Pero de a poco se va completando gracias
al regalo de una amiga. Porque Patri también” cocina” amigos fieles que van
leudando, como sus panes y tartas.
SMC
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