¿Por qué no reparé en ellas, no las vi, si me dicen que
están todos los días desde hace dos años en la esquina de San Juan y Lima? Que
antes intentaron instalarse a unas cuadras, donde pasa más gente, pero “en
Plaza Constitución no nos dejan trabajar”. Y entonces, mudanza forzosa,
recalaron en la esquina donde paso siempre de lunes a viernes, pero no sé por
qué, todavía no lo entiendo, nunca las había visto.
Difícil no verlas. Si aparecen todas las tardes entre las
dos y las tres, con una mesita, una bolsa con los bollos de masa, un changuito
de supermercado y chapa-asadera de panadería. Nunca las vi prender el fueguito
y hacer las brasas, porque cuando paso –ahora las busco porque sé que están
ahí- ya tienen todo organizado: una parrilla creada con mucho ingenio y
necesidad donde se cocinan decenas de tortillas de pan al día.
Verónica tiene 31 años y es mamá de cuatro hijos de 7, 9,11
y 12 años. Me corrige cuando le pregunto si la masa lleva levadura.”Si le echás
levadura no es tortilla. La tortilla es a base de grasa” –dice experta y
orgullosa de descender de familia de panaderos. Su papá empezó a trabajar a los
13 años y de a poco fue enseñando el
oficio a Vero y a sus siete hermanos. Hoy ella se la rebusca gracias a los
bollos que le trae su padre del conurbano, pero no son regalo, no, hacen una
vaquita entre todos para comprar carbón, harina y lo que haga falta. Eso les
resta 30 pesos cada tres o cuatro días, de la ganancia.
A medio metro está Marina que tiene 21 años y es mamá de
Sofía de cinco. Tiene un pequeño palo de amasar y su función es estirar los
bollos y darles forma. Por los auriculares se alimenta de regaeton o cumbia
villera, que la alivian del frío y las
preocupaciones: su marido perdió el trabajo hace poco, entonces, la familia de tres, deambuló por las
calles, durmió en una plaza de Escobar, hasta que alguien la orientó para que
pidiera ayuda en el Sennaf (Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y
Familia). Ahora tiene una pieza en un hotel de Humberto Primo, manda a la nena
a un jardín de San Telmo, toman el desayuno en un comedor de Ciudadela y Salta
y aprovechan para llena un tupper con el almuerzo. “A la noche cocinamos o
compramos algo para comer en el Primo (la pensión donde hay 50 familias
alojadas del programa del gobierno). Marina pincha la masa con un tenedor y
mira a Verónica que aprueba: “Yo hago lo que dice mi papá que haga. Y él dice
que hay que pincharla”. Ella también accedió a dos habitaciones pero no tiene Asignación
Universal por Hijo y no sabe si el padre de los chicos cobra por ellos. Hace
tiempo que no tiene contacto con él, y
que ahora, cuando pueda, “ va a averiguar”.
“¿Hasta qué hora trabajás?” – le pregunto. “Hasta que pasen
todos mis clientes” – me contesta y aporta datos. (Qué raro, que pasé tantas
veces por ahí, y nunca vi que nadie se detuviera en esa esquina, comprara y
siguiera su camino con una bolsita calentita de papel, hurgando y pellizcando
un pedacito de tortilla, como hago yo ahora que tengo tanto hambre y me tienta
el pan de Verónica y Marina. Cómo no me llamó la atención si me dicen que
venden 50 tortillas por día y se quedan hasta las siete de la tarde, hasta que
se venda la última a quince pesos. Aunque llueva, ellas están. Corren el
changuito-parrilla bajo la autopista y se cubren del agua. Pero no faltan.
Ahora que las conozco lo sé. Y me preocupo cuando pasan dos días y no las veo).
¿Las habrán corrido? –pregunto
en un negocio vecino. “No, la Metropolitana de la 9 de Julio no las molesta”.
Alivio cuando las vuelvo a ver. Me preguntan cuándo voy a
subir a mi face la charla (a ellas les dije nota) que les hice. Estaban
contentas porque les saqué fotos.Qué extraño.
Las primeras salieron fueran de foco, nubladas,
movidas, fantasmagóricas. Las últimas, nítidas, reales y yo me cuelo con ellas.
En el medio. Abrazaditas por el frío y la confianza.
¿Será que recién vemos cuando nos corremos al otro lado? ¿Cuando
salimos de la comodidad y mordemos el mismo pan?
Vero me dice que con 3500, 4000 pesos está bien, que le
alcanza, que hay que sobrevivir. Aunque antes con 200 pesos comprabas más cosas,
que ahora solo sirve para un pedazo de carne y fideos. Que quiere que Macri se vaya. Que ama
a Yamila, Maxi, Ramón y Luciano, que uno de los chicos por suerte ya se adaptó
pero la pasó mal en la escuela, que se peleaba mucho.
Si fuese un reportaje para la tele, la pregunta obligada
sería “qué sueño tiene”. Pero no me sale, se me atraganta de solo pensarla a la
noche, con sus hijitos en dos habitaciones prestadas con baño que por suerte
tiene agua caliente, pero mejor le digo qué quiere, qué necesita. “Una casa.
Una casa donde mis hijos puedan jugar, gritar, saltar sin que nadie les diga callate.
En el hotel hay patios que ni siquiera pueden usar, porque son para colgar la
ropa y están cerrados con llave. Es feo vivir así. Pero lamentablemente, no hay
otra cosa”.
Y lamentablemente Vero y Marina nunca van a salir en la
tele. Sus historias nunca se van a conocer, van a ser tan invisibles como
querramos cada vez que pasemos por Lima y San Juan, hasta que nos dé antojo y
llegue la hora del mate y la tortilla. Entonces, aunque más no sea en esos
segundos, no perdamos la oportunidad de hacer el click. Porque es ahí, y solo
en ese instante, cuando podremos ver la realidad.
A Marina Disderi y Verónica Barreiro
SMC