La cola y el código
Vivimos en sociedad aunque parezca una jungla. Tenemos leyes,
normas, reglamentos y también, códigos tácitos. Esos son los que hacen que, por
ejemplo, si estás en la vereda haciendo
señas a un taxi, el que pare, puede que no sea el primero que pasó porque tal
vez acababa de doblar la esquina. El mismo taxista te hará un gesto para que
tomes el otro coche que viene atrás, por
la calle donde vos estás esperando. Eso, el respeto al prójimo y (algunos malpensados
dirán la mafia de los taxis), vaya uno a saber en qué orden, hacen que la cosa funcione
y los mismos usuarios aprenden el código
y lo implementan.
Esto pasa en todos los órdenes de la vida. También en el supermercado.
Si uno se encandiló con un producto de la góndola y largó su chango en el medio
del pasillo, quien viene detrás, sabe esperar con paciencia que el carrito del
vecino empiece a rodar nuevamente o, si está apurado, lo empuja levemente hacia
un costado y se hace paso. Nadie se molesta si encuentra a su carro unos metros más lejos o pegado a la góndola
donde lo tendría que haber dejado
estacionado. Eso es tener códigos.
Cuando una llega a la línea de cajas y se acomoda formando
una fila, puede pasar (y a la mayoría nos sucede) que aprovechemos ese tiempo de
espera para dejar el chango en la cola y buscar algún producto que habíamos olvidado comprar. Cuando una regresa
a la caja quiere encontrar su carrito en la misma posición o, con suerte (y códigos)
el cliente que estaba atrás lo adelantó
empujándolo con su propio carrito para ganar esos centímetros sagrados en la
espera.
Pero no. ¿Qué pudo haber pasado con ese señor cincuentón,
pelo canoso atado con una colita “progre” acompañado de señora mayor “paqueta”
para que violara los códigos? ¿ Por qué el hombre sin tocar mi carro que
rebalsa al punto de desvencijarse apareció sorpresivamente entre el cliente que
ya estaba pagando la cuenta y mi chango, mientras apoya uno, dos, diez, veinte productos
que él tiene y la ¿señora madre? le alcanza?
-“Epa, epa” –digo simpática (lo más que puedo) mostrando que
yo soy la dueña del chango que quedó a sus espaldas y que traigo un último
producto olvidado, pero que, sigo en carrera.
Silencio. Y sonrisa (de él)
-¿Qué pasó? –pregunto mirando a la señora madre sin dejar de
agitar el producto en mi mano.
La señora mayor miró al señor progre y le legó la
explicación: pensábamos que estaba abandonado,( no se abandona un chango en la
fila), no había nadie, (fui a buscar un último producto), le pregunté al
muchacho de adelante y no sabía de quién
era, (era mío), y bueno… son solo cuatro cosas,( si son cuatro cosas hay una
caja para menos de diez productos), bueno lo lógico es que me dejes ya apoyé la mercadería, (no, lo lógico es que
pidas perdón y me dejes ocupar el lugar que me sacaste).
Todo en un tono muy cordial. El señor de la colita (canosa, atada en su nuca
) empezó muy lentamente a retirar su compra de la cinta de la caja, tan lento
que daba pena. Conservó hasta el último minuto una esperanza lastimosa.
Y yo, que tengo códigos, esperé con mucha paciencia. No dije
una palabra más. El señor de la cola (de la caja del supermercado) su fue
mascullando la bronca por la apiolada frustrada.
Una cosa es una distracción, un malentendido, un pedido, un
favor. Otra es hacerse el boludo. Y eso, en el supermercado, es falta de código.(Y
no de barras).
SMC
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