Yo quiero ser llorando el
hortelano
de la tierra que ocupas y
estercolas,
compañero
del alma, tan temprano.
La
mejor en lo suyo, la preferida de estrellas y artistas, la elegida incluso por
las autoridades del canal para asesorarlos en imagen, ella, Martha (con hache)
Salatino, como solía aclarar para no dejar tarjeta; porque no necesitó nunca
otra carta de presentación que su trabajo. Solo bastaban sus manos y brochas y
voilá: la magia de la televisión se ponía en marcha.
Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin
instrumento
a
las desalentadas amapolas
Creció
en lo suyo a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, impulsada por una pasión
inmensa por el placer que le daba su trabajo. Se formó y capacitó con los
mejores en el Teatro Colón, y llegó muy joven a Canal 13 donde ocupó después de
veinte años, el cargo más alto de su sección: jefa de preparación de artistas
en maquillaje y peinado.
Daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi
costado,
que
por doler me duele hasta el aliento.
Por
sus manos pasaron los rostros más conocidos e importantes del mundo de la
política, la cultura, el deporte del país y del mundo. Y ella, tan profesional,
pero tan fan de sus admirados, maquilló a los que querían y también a los “que
no se dejaban”. Con una sonrisa compradora, convenció y sedujo a todos. Ella
conocía el final del cuento: nos mirábamos en el “espejito, espejito” y nos
creíamos los más bellos del mundo.
Un manotazo duro,
un golpe helado,
un hachazo
invisible y homicida,
un
empujón brutal te ha derribado.
Estaba
en lo más alto de su carrera, con su propio estudio y asesoría de imagen, capacitando
a los que trabajan en televisión. Porque siempre fue la que más inquietudes
tuvo a la hora de sumergirse en las nuevas tecnologías. Entonces, primero para
Canal 13 y luego para el Sindicato de Televisión, viajó por todo el país
formando a otros profesionales de la imagen, impartiendo sus conocimientos en
alta definición.
No hay extensión
más grande que mi herida,
lloro mi desventura
y sus conjuntos
y
siento más tu muerte que mi vida.
No,
Marthita no maquilló solamente. Martha (con hache y con todo el amor del mundo)
nos llenó de belleza el alma. Ocultó defectos, miserias, inseguridades. Y nos
delineó sonrisas, resaltó luces y secó lágrimas. Su carcajada estruendosa nos
daba la bienvenida a la sala de maquillaje mucho antes de llegar. Siempre fue
una brisa cálida en un mundo tan frío, egocéntrico y narcisista.
Ando sobre
rastrojos de difuntos,
y sin calor de
nadie y sin consuelo
voy
de mi corazón a mis asuntos.
Tuvo
dos hijos hermosos, Mariano y Mariela que la llenaron de vida. Dos pollitos
rubios que la seguían por los pasillos del canal los días de horas extras y
dedicación exclusiva. Jornadas de trabajos especiales donde se lució con
caracterizaciones, producciones de Martín Fierro, Unicef, los Fund Tevé, noches
de gala, entrega de premios y toda la edición de la Noche del Diez. Ella era la
única que podía entrar al camarín “del Diego” casi sin pedir permiso. Una vez
más, Martha se había ganado el respeto, ahora, el de Maradona. Y la envidia de
muchos.
Temprano levantó la
muerte el vuelo,
temprano madrugó la
madrugada,
temprano
estás rodando por el suelo.
Y
pasó el tiempo tan rápido: crecieron los hijos y se fue el amor de juventud.
Cuántas peleas, proyectos y desamores. ¡Las vueltas de la vida! Tu compañero de
siempre y ya separados, finalmente se convirtió en el más fiel de los amigos. Y
de otra manera, te siguió amando, ahora, a los pies de tu cama del hospital.
No perdono a la
muerte enamorada,
no perdono a la
vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada.
Qué
luchadora, qué leona, a cuánto te enfrentaste, cuánto soportaste. Y lograste
tus objetivos, conseguiste lo que querías, y cuando la meta te fue esquiva, te
sobrepusiste y adaptaste a nuevos horizontes, siempre confiando, sabiendo que
valías mucho más de lo que algunos querían en ese mundo tan hostil pero tan amado por vos. Tierra de
espejos, reflejos y miradas que no siempre muestran la realidad.
En mis manos
levanto una tormenta
de piedras, rayos y
hachas estridentes
sedienta
de catástrofes y hambrienta
Joven
aún, con nuevos proyectos, con la valijita en la mano llena de alquimias y
promesas de belleza, con los emprendimientos que te auguraban los productos con
tu nombre y apellido: Martha Salatino (sí, Martuchi, amiga de mi vida, Martha,
con hache).
quiero
escarbar la tierra con los dientes
quiero
apartar la tierra parte a parte
A
dentelladas secas y calientes
Y
me enojo con la vida y me enojo con la muerte que te merodeó tan temprano,
cuando a tus ocho años supiste lo que era estar postrada en una cama, hinchadita,
vulnerable, indefensa, sin saber si tus riñones iban a aguantar, con estudios y
controles rutinarios.
Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.
Y acariciarte el pelo que cuando te conoci era
rubio y en estos tiempos de cambios se transformaron en castaños. Cuidados, peinados,
brillantes, impecables. Tanto era el detalle que te preocupaba, que en medio de
la incertidumbre por un nuevo y cruento estudio médico, insististe en que no dejaran
marcas, y si las hubiera, que fuera sutil, para no arruinar tu noble cabellera…
Volverás a mi huerto y a mi higuera
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera
Quisiera verte en los pasillos del canal, con tu
cajita “feliz” con brochas y polvos, subiendo las escaleras hacia los estudios, llenando de luz y risas todos
los espacios, retocando rostros y acariciando el alma, como siempre, como nunca
tendrías que haber dejado de hacerlo…
De angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.
Porque eras excelente profesional, pero mejor
persona. Porque escuchabas, aconsejabas. Fuiste maestra y madre para muchas de
tus compañeras y sabia consejera aún de aquellos que solo se sentaban en tu
poltrona esos pocos instantes para entregarse a un cambio estético, sin saber,
que en tus manos, el cambio era total. Porque tenías ese don: el bálsamo
completo, la escucha y la sensibilidad. La capacidad de ponerse en la piel del
otro y acompañar.
Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.
Y tengo la suerte de haberte conocido. De
habernos reído a carcajadas incomodando a estrechos de mente y reprimidos de
afectos, vos, que desbordabas abrazos y alegría.
Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
Mi avariciosa voz de enamorado
Y nos llenamos de orgullo por nuestros hijos,
batallábamos con anécdotas afines, que sus primeros pasos, sus gustos, sus
amores; nuestros sueños, desvelos y satisfacciones.
A las aladas almas de las rosas
Del almendro de nata te requiero
Qué sola me dejas amiga, que te extraño, que te
busco y no te encuentro
Tengo un mate cebado para vos, edulcorado, pero
me sabe tan amargo en este día
Que tenemos que hablar de muchas cosas
Compañera del alma, Martha mía.
Elegía, de Miguel
Hernández, poeta español que escribió estos versos dedicados a su amigo Ramón
Sijé.
Ahora sé lo que se siente.
SMC