viernes, 22 de agosto de 2014

Elegía a mi amiga Martha (con hache) Salatino






Yo quiero ser llorando el hortelano
de la tierra que ocupas y estercolas,
compañero del alma, tan temprano.

La mejor en lo suyo, la preferida de estrellas y artistas, la elegida incluso por las autoridades del canal para asesorarlos en imagen, ella, Martha (con hache) Salatino, como solía aclarar para no dejar tarjeta; porque no necesitó nunca otra carta de presentación que su trabajo. Solo bastaban sus manos y brochas y voilá: la magia de la televisión se ponía en marcha.

Alimentando lluvias, caracolas
y órganos mi dolor sin instrumento
a las desalentadas amapolas

Creció en lo suyo a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, impulsada por una pasión inmensa por el placer que le daba su trabajo. Se formó y capacitó con los mejores en el Teatro Colón, y llegó muy joven a Canal 13 donde ocupó después de veinte años, el cargo más alto de su sección: jefa de preparación de artistas en maquillaje y peinado.

Daré tu corazón por alimento.
Tanto dolor se agrupa en mi costado,
que por doler me duele hasta el aliento.

Por sus manos pasaron los rostros más conocidos e importantes del mundo de la política, la cultura, el deporte del país y del mundo. Y ella, tan profesional, pero tan fan de sus admirados, maquilló a los que querían y también a los “que no se dejaban”. Con una sonrisa compradora, convenció y sedujo a todos. Ella conocía el final del cuento: nos mirábamos en el “espejito, espejito” y nos creíamos los más bellos del mundo.

Un manotazo duro, un golpe helado,
un hachazo invisible y homicida,
un empujón brutal te ha derribado.

Estaba en lo más alto de su carrera, con su propio estudio y asesoría de imagen, capacitando a los que trabajan en televisión. Porque siempre fue la que más inquietudes tuvo a la hora de sumergirse en las nuevas tecnologías. Entonces, primero para Canal 13 y luego para el Sindicato de Televisión, viajó por todo el país formando a otros profesionales de la imagen, impartiendo sus conocimientos en alta definición.

No hay extensión más grande que mi herida,
lloro mi desventura y sus conjuntos
y siento más tu muerte que mi vida.

No, Marthita no maquilló solamente. Martha (con hache y con todo el amor del mundo) nos llenó de belleza el alma. Ocultó defectos, miserias, inseguridades. Y nos delineó sonrisas, resaltó luces y secó lágrimas. Su carcajada estruendosa nos daba la bienvenida a la sala de maquillaje mucho antes de llegar. Siempre fue una brisa cálida en un mundo tan frío, egocéntrico y narcisista.

Ando sobre rastrojos de difuntos,
y sin calor de nadie y sin consuelo
voy de mi corazón a mis asuntos.

Tuvo dos hijos hermosos, Mariano y Mariela que la llenaron de vida. Dos pollitos rubios que la seguían por los pasillos del canal los días de horas extras y dedicación exclusiva. Jornadas de trabajos especiales donde se lució con caracterizaciones, producciones de Martín Fierro, Unicef, los Fund Tevé, noches de gala, entrega de premios y toda la edición de la Noche del Diez. Ella era la única que podía entrar al camarín “del Diego” casi sin pedir permiso. Una vez más, Martha se había ganado el respeto, ahora, el de Maradona. Y la envidia de muchos.

Temprano levantó la muerte el vuelo,
temprano madrugó la madrugada,
temprano estás rodando por el suelo.

Y pasó el tiempo tan rápido: crecieron los hijos y se fue el amor de juventud. Cuántas peleas, proyectos y desamores. ¡Las vueltas de la vida! Tu compañero de siempre y ya separados, finalmente se convirtió en el más fiel de los amigos. Y de otra manera, te siguió amando, ahora, a los pies de tu cama del hospital.

No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada.

Qué luchadora, qué leona, a cuánto te enfrentaste, cuánto soportaste. Y lograste tus objetivos, conseguiste lo que querías, y cuando la meta te fue esquiva, te sobrepusiste y adaptaste a nuevos horizontes, siempre confiando, sabiendo que valías mucho más de lo que algunos querían en ese mundo tan hostil pero tan amado por vos. Tierra de espejos, reflejos y miradas que no siempre muestran la realidad.

En mis manos levanto una tormenta
de piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta de catástrofes y hambrienta

Joven aún, con nuevos proyectos, con la valijita en la mano llena de alquimias y promesas de belleza, con los emprendimientos que te auguraban los productos con tu nombre y apellido: Martha Salatino (sí, Martuchi, amiga de mi vida, Martha, con hache).

quiero escarbar la tierra con los dientes
quiero apartar la tierra parte a parte
A dentelladas secas y calientes

Y me enojo con la vida y me enojo con la muerte que te merodeó tan temprano, cuando a tus ocho años supiste lo que era estar postrada en una cama, hinchadita, vulnerable, indefensa, sin saber si tus riñones iban a aguantar, con estudios y controles rutinarios.

Quiero minar la tierra hasta encontrarte
y besarte la noble calavera
y desamordazarte y regresarte.

Y acariciarte el pelo que cuando te conoci era rubio y en estos tiempos de cambios se transformaron en castaños. Cuidados, peinados, brillantes, impecables. Tanto era el detalle que te preocupaba, que en medio de la incertidumbre por un nuevo y cruento estudio médico, insististe en que no dejaran marcas, y si las hubiera, que fuera sutil, para no arruinar tu noble cabellera…

Volverás a mi huerto y a mi higuera
por los altos andamios de las flores
pajareará tu alma colmenera

Quisiera verte en los pasillos del canal, con tu cajita “feliz” con brochas y polvos, subiendo las escaleras  hacia los estudios, llenando de luz y risas todos los espacios, retocando rostros y acariciando el alma, como siempre, como nunca tendrías que haber dejado de hacerlo…

De angelicales ceras y labores.
Volverás al arrullo de las rejas
de los enamorados labradores.

Porque eras excelente profesional, pero mejor persona. Porque escuchabas, aconsejabas. Fuiste maestra y madre para muchas de tus compañeras y sabia consejera aún de aquellos que solo se sentaban en tu poltrona esos pocos instantes para entregarse a un cambio estético, sin saber, que en tus manos, el cambio era total. Porque tenías ese don: el bálsamo completo, la escucha y la sensibilidad. La capacidad de ponerse en la piel del otro y acompañar.

Alegrarás la sombra de mis cejas,
y tu sangre se irán a cada lado
disputando tu novia y las abejas.

Y tengo la suerte de haberte conocido. De habernos reído a carcajadas incomodando a estrechos de mente y reprimidos de afectos, vos, que desbordabas abrazos y alegría.

Tu corazón, ya terciopelo ajado,
llama a un campo de almendras espumosas
Mi avariciosa voz de enamorado

Y nos llenamos de orgullo por nuestros hijos, batallábamos con anécdotas afines, que sus primeros pasos, sus gustos, sus amores; nuestros sueños, desvelos y satisfacciones.

A las aladas almas de las rosas
Del almendro de nata te requiero

Qué sola me dejas amiga, que te extraño, que te busco y no te encuentro
Tengo un mate cebado para vos, edulcorado, pero me sabe tan amargo en este día

Que tenemos que hablar de muchas cosas
Compañera del alma, Martha mía.


Elegía, de  Miguel Hernández, poeta español que escribió estos versos dedicados a su amigo Ramón Sijé.
                                                     

                                                           Ahora sé lo que se siente.

                                                                                             SMC

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