El cristal con que se mira

Un conflicto laboral y las tres caras de la moneda

Como si el elevador se hubiese quedado entre dos pisos. Así están, en compás de espera. No se pueden bajar. Nadie puede subir. Es riesgoso abrir las puertas aunque esa función recae ahora en el Ministerio de Trabajo que dictó la conciliación obligatoria en el conflicto por el despido de siete operarios a principios de julio.
La empresa de mantenimiento e insumos de ascensores Fujitec, creada en Japón en 1948 y en el país desde hace más de treinta y cinco años, presentó el 11 de marzo de este año ante la cartera laboral y bajo el expediente 1611074, un procedimiento de crisis por “falta de trabajo y financiamiento”.
Para la Unión Obrera Metalúrgica es solo una excusa para despedir a 23 trabajadores. “Los balances 2012 y 2013 no demostraron ningún déficit” sostiene Roberto Bonetti, secretario adjunto de la UOM. “Y esto viene desde el 2011 cuando echaron a dos compañeros”.
El mes pasado la empresa despidió a siete operarios que tienen historias tan distintas como experiencia entre poleas, motores, rieles y cuerdas de acero. Un joven muestra la cicatriz que llevará de por vida en su antebrazo derecho, por quedar enroscado en una polea. El es uno de los despedidos y se pregunta qué otra empresa le dará trabajo con esa lesión.
Marcelo Sánchez tiene 33 años en Fujitec. En todo este tiempo se capacitó superando el vértigo a la altura hasta convertirse en calibrador experto, lo que lo ubica en una de las escalas más altas del Convenio. Pero eso no lo supo hasta el 2011. La empresa le pagaba un sueldo menor hasta que él reclamó por sus derechos. Hoy, también está en la calle y sostiene tímidamente un cartel de la UOM y asegura con dignidad que él no quiere indemnización. Quiere su trabajo. A los 55 años sabe que ninguna otra empresa lo va a tomar con un sueldo básico de 14 mil pesos sin contar adicionales ni horas extras.



En la otra vereda está María Elena Hara que trabaja hace 30 años en  administración y finanzas. Ella tuvo que enfrentarse cara a cara con sus propios compañeros y tal vez por la historia compartida, le habrá costado despedir a los más antiguos. “No es lindo. Pero tenemos que seguir trabajando. En una confrontación así, todos perdemos”. Para la empresa, que se sostiene con insumos adquiridos fuera del país, la merma en la importación le generó una baja significativa de la actividad en los últimos dos años. De todas formas no le impide trabajar con empresas y edificios de calidad y presupuestos altamente cotizados como la ya famosa “La Rosadita” y otros de Puerto Madero, el Shopping Caballito, y la línea H de subterráneos de Buenos Aires.
María Elena tuvo que sortear durante cinco días una montaña de escombros, basura, neumáticos, adentrarse en una carpa armada por la UOM frente a la puerta de FUJITEC y soportar los cánticos ensordecedores y los golpeteos contra la cortina metálica, para poder llegar a su puesto de trabajo. Ella, junto a otros compañeros con cargos jerárquicos y empleados que no adhirieron al cese de actividades, atravesaron  también otros obstáculos y molestias. Por suerte para María Elena, su nombre no fue parte del vejamen que quedó indeleble en el pavimento y paredes de la empresa. Quién sí ocupó ese primer lugar fue el presidente de Fujitec  que también es titular de la Cámara de Ascensores y Afines, Ernesto Epoille.



Durante esos cinco días, antes de la nueva conciliación obligatoria que vence este jueves, los vecinos del barrio también tomaron partido. El acampe, la suciedad, las batucadas con redoblantes y bombos que empezaban a las ocho de la mañana y terminaban a las tres de la tarde, sacó de quicio a todos. Ancianos, niños, mascotas con sus rutinas cambiadas, despertares con taquicardias y sobresaltos antes de que suene la alarma del reloj, actividades en oficinas y hogares interrumpidos por la violencia atronadora que jamás puede lograr comprensión, mucho menos compasión, generó en la mayoría, el deseo de que se “vayan a piquetear a lo del dueño de la fábrica”.
- Pero, el dueño está ahí, en la empresa.
- No, yo digo que se vayan a la casa del dueño, a escracharlo allá. Acá, así, no se puede vivir.
“Entonces, que se vayan a no dejar vivir a otros vecinos” –pienso y me adentro a ese mundo para comprender un poco más.



Imposible no angustiarse con la incertidumbre de los trabajadores.
Imposible no atemorizarse con el miedo al sabotaje o a la violencia física (el robo de fusibles o daños materiales es solo un botón de muestra) de los que deciden amparados por las leyes laborales, despedir y tercerizar a gusto y piacere.
Imposible no volverse loco ante la tortura diaria y permanente de los que defendiendo sus derechos desprecian el de los otros a vivir con tranquilidad.
El jueves vence la conciliación obligatoria. El jueves se sabrá si el ascensor se pone en movimiento.

El jueves se verá si sube. O si baja.

SMC.

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