lunes, 19 de enero de 2015

Yo no soy Nisman



Yo no soy Nisman. No lo conocía, no sé qué clase de hombre era, no seguí su trabajo en el caso Amia. Yo no soy Nisman, me lo dice la cabeza, mi mente, mi razón. Yo no soy Nisman aunque lo denunciado la semana pasada es absolutamente verosímil. Yo no soy Nisman,  desconfío de la  oportunidad, del  “efecto Charlie Hebdo”  y estoy llena de sospechas. Yo no soy Nisman,  pero mis piernas se incorporan  y mis pies me orientan hacia la Plaza de Mayo. Yo no soy Nisman , entonces invento mi propia consigna: #YoNoSoyNisman  pero #MarchoALaPlaza igual, estoy harta de corrupción e impunidad. Quiero saber la verdad.

Bajo por Diagonal Sur, me cruzo con dos o tres personas que vienen hacia mí. Tengo la sensación de que nadie se movió de sus casas, que, una vez más, “la gente” se moviliza cuando le acorralan los ahorros, cuando secuestran a un chico rubio de ojos claros, o cuando los llevan y los traen en colectivos y camiones. Siento pena y tristeza. Camino sola y parece que vamos a ser muy pocos. Pero de pronto, cerca del Cabildo, me alienta el sonido de aplausos. Solo eso. Palmas a un ritmo sostenido, calmo, que crece y acaricia con una suave brisa mis oídos. Me emociono.


Recorro toda la Plaza. Frente a la Catedral, un grupo nutrido, aplaude y canta el Himno Nacional. Clase media. Jóvenes, parejas con niños pequeños, matrimonios que peinan canas. Clase media. Mujeres solas deambulando con una banderita de plástico en lo alto, carteles dibujados a mano, grupos de tres o cuatro charlando. Clase media. Algún provocador, en realidad dos, nunca están solos, que ataca con un “Cagones, ahora vienen a pedir justicia, mataron a un fiscal, son unos cobardes”. Empujones. Un hombre mayor los echa a los gritos. Clase media. Sigo buscando miradas. Un hombre con dos perritos. Juventud en sano montón. Jóvenes y viejos debatiendo la muerte de Nisman.



Leo carteles. Agudizo el oído. ¿Con quién me identifico? ¿Qué grupo me representa? Esa mujer sola con el cartel que dice BASTA. Sí, yo también digo basta. Pero unos pasos más adelante se escuchan voces, insultan a Cristina  y cantan la misma estrofa recalcitrante de los albores de la democracia: “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura (en la era Alfonsín  los de FAMUS cantaban “radical”) de los K”. No me gusta. Me alejo.



“Siento angustia y bronca” –dice el cartel y me acerco. Yo también estoy muy triste y me dan ganas de llorar. Y en definitiva, sin conocerlo, yo también vengo a homenajear al fiscal Nisman, como dice otro cartón pintado. Me quedo cerquita pero no puedo aplaudir. No tengo fuerzas, no importa. Así, de “brazos cruzados”, siento que también me estoy expresando. Un papá tiene a su hijita sobre los hombros. Recuerdo a los míos en otras marchas, cuando todos éramos docentes o Aerolíneas Argentinas, o el último 30 de diciembre ya jóvenes concientes, en la Marcha por Cromañón. Sin darme cuenta busco las zapatillas pintadas ese día al lado de los pañuelos blancos de las Madres. Todavía están. Y empiezo a girar alrededor de la Pirámide. Por suerte, el vallado exagerado de la policía que impide acercarnos a la Casa de Gobierno, nos deja espacio. Ahí están justamente los más desafiantes. Parados frente al frío hierro azul, cara a cara con los policías a quienes me encantaría leerles la mente. O mejor no. Pienso un segundo en esa posibilidad  y me da miedo.(Otra vez el miedo no, por favor) Son todos jóvenes y no sé qué puede pensar un policía joven en la Argentina.



Yo no soy Nisman, pero recuerdo la vehemencia con la que acusó a la presidenta de la Nación la semana pasada, cómo aseguró sin ninguna duda de que todo lo sabe y todo lo ordena, que la Secretaría de Inteligencia le reporta directamente a ella, y se me eriza la piel cuando leo la cartulina que sostiene otra joven: “Cristina ¿quién dio la orden?”

 Pero son ellos los que me conmueven. Tan simples, tan silenciosos, tan  cansados de tanta historia, o de que sea siempre la misma. Quisiera que las velas que llevan en esa suerte de ceremonia fúnebre iluminen a quienes tienen que esclarecer la muerte del fiscal y la causa que lo desveló todos estos años y que ojalá solo le hubiese quitado el sueño, y no la vida.


Yo no soy Nisman... pero marcho igual. Y mientras la marea humana me lleva por Diagonal Norte hasta el Obelisco, y se cuelan algunos cartoneros que revisan los contenedores de basura,  solo tengo una certeza,  esa que me muestra otra joven con su letra impresa: Alberto Nisman a los 51 años y 20 años después, es la víctima número 86 del caso AMIA.

                                                                           
                                                                                     

                                                                                                            SMC



                                                             

2 comentarios:

  1. Tal cual. Sólo una diferencia conservo.
    No lo conocía a Nisman. Ignoro qué entretelones entre la inteligencia del estado y de otros estados, entre los políticos argentinos y acaso israelíes y/o iraníes habrán interactuado en este drama. Pero este Nisman se enfrentó casi solo a los más altos poderes que yo creo (tal vez también él, para actuar así) impidieron total o parcialmente la Justicia; arriesgó la vida propia y la de su familia para esclarecer un atentado que no debería volver a suceder pero, sin la Justicia, es harto posible que suceda otra vez; y también para desenredar las marañas estatales que han hecho esto posible: primero a Menem, luego a Macri, y ahora a Fernández de Kirchner. Yo creo que deliberadamente se mostró en los medios antes, convencido de que eso le salvaría la vida contra sus perseguidores, y yo hubiera hecho lo mismo; yo, si hubiera tenido su coraje, hubiera alzado esa misma lucha por las instituciones (sin la Justicia no hay nada: ni siquiera democracia); yo también cometo errores, algunos de los cuales preferiría conservar en mi intimidad y que no se sepan (como posiblemente, él tiene los suyos). No necesito saber de Nisman muchas cosas que no sé. Ya sé de su lucha, de su perseverancia de muchos años por la AMIA, de su valor para enfrentar peligrosísimos poderes, de su convicción para seguir adelante aun cuando los otros lo cercaban, y aun de su destino fatal por una causa que más que ninguna otra lo valía...
    Sí, yo diría que en casi todo acuerdo, salvo en una cosa: Yo sí: "Yo soy Nisman".

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  2. Hoy leo esta nota, y me pregunto, seguis queriendo homenajear a Nisman? Seguis pensando en que era un hombre de bien?

    Muchos desde el principio ni fuimos Nisman, ni homenajeamos a un tipo corrupto del poder judicial. Porque la corrupción no es exclusiva del poder político, es mas, la mayoría se encuentra en el empresariado...

    Beso!

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